IMPRONTUARIO: 2007

jueves, 27 de diciembre de 2007

Collage nº 3

En la copa labrada, el vino negro,
la copa hirviente cuyos bordes brillan
con iris temblorosos y cambiantes.
Afuera deja
su ventisca el invierno y está oscuro.

Piedras. Norte. Estalla
lejos la luz, muy lejos.
Precisa cual la escarcha, noche estricta,
simétricos montículos
y ramos esqueléticos.

Olvidar es difícil. Me impaciento
y apago el fuego blanco en que te fundes.

Una espada sin nombre está parada
ante la puerta blanca del invierno.


Versos de Rubén Darío,
Claudio Rodríguez,
J. A. Valente, P. Gimferrer,
A. Machado, Jenaro Talens
y
Juan Eduardo Cirlot.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Paxarinho

.
.
LISBOA
He comido en el restaurante Tavares
con el espectro de Pombal en la puerta;
después he entrado en la librería anticuaria
O Mundo do Livro, de Trindade, 12,
donde he comprado Dichos y hechos de Felipe II
mientras hablaba de plantas con el propietario.
He explorado nuevamente la rua Garrett
y en un taxi me he trasladado hasta el Museo
para plantarme ante los monstruos de Hyeronimus Bosch
y pasearme, después, por las Janelas Verdes.
En la Baixa he encontrado la sombra desmejorada
de Ángel Crespo ante los cristales de un escaparate.
Me ha abrazado y me ha dicho que "esta ciudad se eleva
con majestuosa y sencilla gracia rutilante
muy acorde con los azules cambiantes del cielo
".
Después ha desaparecido. He vuelto, triste, al hotel.
Por la ventana he podido contemplar el paisaje urbano
de esta Lisboa íntima, repleta de saudade y fado.
El paxarinho da ribeira volaba mar adentro, silencioso,
y he visto cómo todo se transformaba en un cuadro de Paul Klee.




martes, 18 de diciembre de 2007

Diego Vaya

Mi amigo Diego Vaya acaba de ganar un accésit del premio Adonáis con su tercer poemario, El libro del agua, y nada me apetece más que felicitarle desde este rincón. Así que felicidades, Diego, sin duda te lo mereces. Y para los que no conozcáis su obra, os regalo uno de los impactantes poemas de Un canto a ras de tierra (La Garúa, 2006), su hasta ahora último libro:


Dolor antiguo el mío como de fierro en boca tornando la cabeça del exilio a la infancia

Los días traen restos de lo que fue Septiembre es la necrópolis de Atenas el viento que se enreda en las columnas que ya no sostienen el cielo Me siento en ellas solo en este septiembre interminable Dolor antiguo el mío más griego cuanto más me pregunto por qué y menos sé perder lo que he perdido

Quién me sueña mi alma polvorienta puesta al sol del camino por furiosos caballos fue arrastrada dándole siempre vueltas a lo mismo

Dolor antiguo el mío desde la misma sangre sagrada herencia del barro Quién me sueña en esta antología de prisiones donde el tiempo en cadena se sucede

Me he despertado en esta tierra con las alas vencidas por el peso de un nombre

sábado, 15 de diciembre de 2007

Milán

Últimamente detecto cierta tendencia a menospreciar la poesía de aliento metaliterario. Es cierto, sí, que se ha abusado mucho de algunas modas y de algunos modos, pero también resulta evidente que detrás de esa denuncia no deja de palpitar la rivalidad personalista de siempre. La alternativa propuesta, además, parece venir de un tipo de realismo crítico obsesionado por apartarse de la poesía de la experiencia, a la que considera esclava de sus convenciones. Hagan juego, señores, es el momento del manierismo antimanierista. Y encima la alternativa a la alternativa sigue empeñada en ensayar la mueca pop. Menudo panorama.




La poesía de Eduardo Milán constituye un antídoto ideal contra el citado prejuicio. En primer lugar consigue que la inclinación metapoética parezca la única posible, como si todos los elementos a los que sus poemas dan cabida no entreviesen más camino que la resignada exhibición de su naturaleza lingüística. Una escritura destilada a través de la continua ruptura del discurso, mediante una virtuosa destrucción del flujo verbal racional que no impide que sean los recursos de la inteligencia, más que los resortes emotivos, los responsables de aglutinar el material tan diverso que la conforman en una sorprendente amalgama que de su propia amorfidad obtiene el precario equilibrio que la caracteriza. Nada me obliga a una conciencia transparente del poema, / voy al tanteo..., confiesa el poeta en algún momento. Le invade al lector la sensación de que cualquier motivo es válido en el proceso de construcción del artefacto textual, basta con que se ponga a tiro. Pero una vez devorado por la lógica poética, ya no se concibe más presencia que la suya: ...el poema es una arbitrariedad / necesaria...

Textura elástica en el momento de la gestación, férrea una vez fijada. Versos contrahechos que, a fuerza de cuestionarse, se hacen poderosos tras su muralla de dudas. Hermetismo, claro, aunque en un sentido material, ya que los poemas de Milán se quieren cerrados por su continua tensión, semántica y aliterativa, a falta de una mayor consistencia estructural que tampoco deriva en prosaísmo, pese a la escasez de imágenes y al aspecto caprichoso de la versificación. Poemas, en fin, que acaban funcionando como tales porque conducen una y otra vez al mismo sitio, de vuelta hacia la página mallarmeana a la que han de ser arrojados sin piedad, espigando por el camino retazos de otros retazos, restos de vivencias imaginadas y rastros de lecturas vividas, virtuosos juegos de palabras que, más allá de poner en primer plano el artificio de toda expresión, son el lamento entre dientes de quien al escribir es incapaz de olvidar que está escribiendo: ...Y este es el cisma / [...]: el poema quiere decir la verdad / además de su verdad como poema.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Contra la poesía

En su ensayo El telón, dedicado al arte de la novela, Kundera trata de caracterizar la poesía como un sarampión propio del literato inmaduro. Si el escritor crece lo suficiente como persona y como creador deberá, nos dice grosso modo, pasar a cultivar la narrativa. Más allá de la evidente intención provocadora, sorprende la visión tan pobre que de la poesía ofrece el autor, caricaturizada mediante los consabidos tópicos sobre desahogos adolescentes y egotismos varios. El propósito último de Kundera es, en realidad, atacar toda actitud artística no analítica.



En uno de los capítulos de En defensa del fervor, Zagajewski se detiene en enumerar los principales argumentos tradicionalmente esgrimidos contra el género poético. El autor absuelve a su compatriota Gombrowicz, cuyo panfleto Contra la poesía acabó propiciando en su momento un constructivo debate, pero no sé si haría lo mismo con las observaciones del checo, tan pendientes de reivindicar el distanciamiento irónico, ese recurso cuyo abuso representa para Zagajewski el máximo responsable de la falta de ambición de las letras actuales. Carencia que su vez propicia un tipo de poesía que sí merece ser atacada:


"Sólo me enoja la poesía pequeña y pusilánime, obtusa y rastrera, una poesía que escucha servilmente lo que sopla el espíritu de la época, aquel burócrata desidioso que revolotea a ras de tierra envuelto en una nube de ilusiones."


El libro de Kundera, por cierto, es bastante interesante, a pesar de sus efectistas mandobles. El de Zagajewski, simplemente necesario.

sábado, 8 de diciembre de 2007

jueves, 6 de diciembre de 2007

Collage nº 2

Pasamos por las cosas sin verlas.
¿Qué me recuerda -o me recuerdas? No
sabría adivinarlo.

Esta es la mirada: el mundo se torna espacio
que se precipita.

Esos podrían ser los ojos de tus hijos.


Versos de
Eugénio de Andrade,
Ángel Crespo,
Pere Gimferrer
y
Eduardo Milán.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Suite Ravel

He leído con pocas semanas de distancia dos recientes novelas que afrontan de formas casi opuestas un mismo desafío: dar cuenta de un periodo muy concreto en la vida de dos personajes reales. En Ravel, Jean Echenoz describe con pulcritud y aparente objetividad los diez últimos años del genial músico y obtiene una narración bastante pura, donde la figura histórica logra transformarse en un personaje literario autónomo, redondo, plenamente novelesco. José Carlos Llop, en cambio, al ocuparse de las oscuras aventuras de César González Ruano en la Francia ocupada (París: Suite 1940), rehuye la fabulación a la que debería inclinarle la escasez de información fiable con la que cuenta y se dedica a girar alrededor de cuatro certezas y un millar de dudas, a lanzar hipótesis tras hipótesis, siguiendo un método de trabajo más cercano a la investigación literaria que a la narrativa. Y sin embargo uno no duda de que se trata de una novela. Echenoz dispone de una bibliografía muy amplia, que asimila y de la que aprovecha una pequeña parte para acercarse con actitud minimalista, pero poderoso aliento narrativo, a los cruciales años finales de un personaje fascinante. Llop exprime hasta el cansancio la pobre información de la que dispone para trazar algunas de las posibles coordenadas de una historia en permanente fuera de campo protagonizada por un profesional de la simulación. Ambos, cada uno a su aire, nos regalan magníficos trabajos.

martes, 27 de noviembre de 2007

Caídas

PAISAJE CON LA CAÍDA DE ÍCARO

Según Brueghel
cuando Ícaro cayó
era primavera


un granjero estaba arando
su campo
toda la pompa

del año seguía su
curso hormigueando
cerca

de la orilla del mar
absorto
en sí mismo

sudando al sol
que fundió
la cera de las alas

no muy lejos
de la costa
hubo

un chapoteo que nadie notó
ése era
Ícaro ahogándose


William Carlos Williams (1962)


MUSÉE DES BEAUX ARTS

Sobre el sufrimiento nunca erraron
los viejos maestros: qué bien entendieron
su sitio entre los hombres, cómo acontece
mientras alguien come o abre una ventana o simplemente se pasea aburrido;
cómo, mientras los ancianos esperan reverenciosamente, con pasión,
el milagroso nacimiento, siempre debe haber niños
patinando en un lago junto al bosque
que no tenían especial interés en que eso ocurriese.
Nunca olvidaron
que incluso el atroz martirio debe seguir su curso
de cualquier modo, en una esquina, en algún paraje descuidado
donde los perros continúan con sus vidas de perro y el caballo del verdugo
frota su inocencia contra un árbol.

En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo: de qué modo todo se aleja
tan pausadamente del desastre; el labrador
debe haber oído el chapoteo, el grito abandonado,
pero para él no era una caída importante; el sol brillaba
como tenía que hacerlo, sobre las blancas piernas desapareciendo en el agua
verde; y el caro y delicado barco que debió haber visto
algo asombroso, un niño cayendo desde el cielo,
tenía algún lugar al que llegar y zarpó calmosamente.

W.H. Auden (1938)



sábado, 17 de noviembre de 2007

Collage nº 1

Murió la araña que medía el tiempo,
sólo hay un viejo muro y una nueva familia de sombras.
Yo enseño mi cara de fantasma.

La noche era un reloj no para el tiempo
sino para la luz
era un pulpo que era una piedra
era una tela como una pizarra llena de ojos.

Oh, dime cómo curarse de la ironía de la mirada
que ve pero no penetra; dime cómo curarse del silencio.


Versos de
Lezama Lima,
C. E. de Ory,
Blanca Varela
y
A. Zagajewski

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Agujeros

Al bueno de Albert Mérat (1840-1909) se le recuerda (o casi) por obras como El ídolo, fetichista sonetario consagrado a cantar las excelencias de las diferentes partes del cuerpo de su amada. Aunque lo que de verdad pasó a la historia fue el celebre Soneto al agujero del culo, de Rimbaud y Verlaine, parodia más o menos evidente del libro de Mérat. Ah, la gloria literaria, ese agujero negro...

En el cuadro de Fantin-Latour Un coin de table, el ramo de flores llena el hueco dejado por Mérat, quien se negó a ser representado junto a la turbulenta pareja. El se lo perdió.

domingo, 11 de noviembre de 2007

martes, 30 de octubre de 2007

Pesca de bajura

bLa ballena blanca del poeta: la rana de Basho.





Un viejo estanque.

Se zambulle un arpón.

Ruido del agua.

lunes, 22 de octubre de 2007

lunes, 15 de octubre de 2007

Ruidos

Mientras escribo estas líneas me llegan, a través del balcón entreabierto de mi estudio, los ruidos metálicos de las obras de rehabilitación del edificio contiguo, el percutir de un martillo mecánico sobre la acera de mi calle, los gritos de los niños que vuelven del colegio y el fluir incesante del tráfico, entre otros muchos sonidos poco estimulantes. A estas alturas ya no sé realmente si entorpecen mi trabajo, tan acostumbrado está uno a su presencia. Pero hay momentos en que se echa mucho de menos el silencio, un silencio que no parece acudir ni a altas horas de la noche. Cosas de la vida mediterránea.

La relación entre escritura y ruido da para multitud de anécdotas. Hay autores, por ejemplo, que sacan lo mejor de ellos en ambientes saturados de sonido; los míticos Cafés, por ejemplo, donde tantas plumas, mojadas en alcohol o en el mísero café con leche de nuestra posguerra, se han entregado a su esgrima diaria. Otros, mientras tanto, han visto y ven torpedeada su labor por unos hábitos de vida ajenos poco respetuosos con el trabajo intelectual, ese lujo tan excéntrico. Pienso en Javier Marías, por ejemplo, quien a menudo denuncia en sus artículos las innumerables, tormentosas y a su juicio innecesarias obras a las que el alcalde de su ciudad parece ser tan aficionado.


Me he puesto a divagar sobre este tema tras leer un viejo libro de Alfonso Reyes, Tertulia de Madrid (1949), en concreto el capítulo que dedica (con cariño, eso sí) a una de las neuras favoritas de Juan Ramón Jiménez: su obsesión por el ruido. Cuenta el mexicano que J. R. J. decidió forrar de corcho una pequeña habitación de su piso de la calle Conde de Aranda. Como el resultado no le satisfizo, ordenó traer de los EE.UU. un material especial utilizado en el acondicionamiento de las casas de reposo. Y sí, consiguió eliminar el ruido ambiental, pero los pequeños sonidos esporádicos, entre los que destacaban el sabroso taconeo de las vecinas cubanas del piso de arriba, adquirían, por contraste, mucha más presencia. Así que cambio de vivienda. En su nuevo ático las cosas mejoraron, pero aún sentía el acoso de un tranvía empeñado en chirriar en una curva cercana y el voceo de una castañera que, por suerte, voló con la primavera.

Me consta que J.R.J fue un atento lector de Poe. ¿Se acordaría del pobre Roderick Usher mientras sentía el crujido de los muebles en su torre de marfil forrada de corcho?

martes, 2 de octubre de 2007

Esto no es un diario

Un 2 de octubre de hace casi 100 años, Kafka se quejaba de su insomnio y dejaba constancia de un extraño sueño protagonizado por un niña ciega.

Como casi todo el mundo, intenté en cierta ocasión llevar un diario. La elección de ese formato respondía en realidad a la convicción de que los argumentos impuestos por lo cotidiano salvarían mi escasa autodisciplina. La falsa gratuidad de la escritura de, digamos, tema débil, debía dibujar, pensaba yo, los límites de la prisión en la que me sentiría más libre. Para dar más empaque al asunto, llegué incluso a concebir un plan de trabajo por el que determinaba a un año vista cuáles iban a ser las fechas a las que en su momento daría entrada, por más que las horas previas no me hubieran aportado nada destacable. Y a la inversa: ninguna novedad sería lo suficientemente importante como para merecer el trasladado al papel si el azar había querido que sucediese durante un día no designado.


No hace falta añadir que el proyecto no dio ningún fruto. Puede que no haya nada más falso que la falsa artificiosidad.

Pero descuiden, esto no es un diario.