Un viejo estanque.
Se zambulle un arpón.
Ruido del agua.
Un viejo estanque.
Se zambulle un arpón.
Ruido del agua.
Me he puesto a divagar sobre este tema tras leer un viejo libro de Alfonso Reyes, Tertulia de Madrid (1949), en concreto el capítulo que dedica (con cariño, eso sí) a una de las neuras favoritas de Juan Ramón Jiménez: su obsesión por el ruido. Cuenta el mexicano que J. R. J. decidió forrar de corcho una pequeña habitación de su piso de la calle Conde de Aranda. Como el resultado no le satisfizo, ordenó traer de los EE.UU. un material especial utilizado en el acondicionamiento de las casas de reposo. Y sí, consiguió eliminar el ruido ambiental, pero los pequeños sonidos esporádicos, entre los que destacaban el sabroso taconeo de las vecinas cubanas del piso de arriba, adquirían, por contraste, mucha más presencia. Así que cambio de vivienda. En su nuevo ático las cosas mejoraron, pero aún sentía el acoso de un tranvía empeñado en chirriar en una curva cercana y el voceo de una castañera que, por suerte, voló con la primavera.
Me consta que J.R.J fue un atento lector de Poe. ¿Se acordaría del pobre Roderick Usher mientras sentía el crujido de los muebles en su torre de marfil forrada de corcho?