IMPRONTUARIO: Ruidos

lunes, 15 de octubre de 2007

Ruidos

Mientras escribo estas líneas me llegan, a través del balcón entreabierto de mi estudio, los ruidos metálicos de las obras de rehabilitación del edificio contiguo, el percutir de un martillo mecánico sobre la acera de mi calle, los gritos de los niños que vuelven del colegio y el fluir incesante del tráfico, entre otros muchos sonidos poco estimulantes. A estas alturas ya no sé realmente si entorpecen mi trabajo, tan acostumbrado está uno a su presencia. Pero hay momentos en que se echa mucho de menos el silencio, un silencio que no parece acudir ni a altas horas de la noche. Cosas de la vida mediterránea.

La relación entre escritura y ruido da para multitud de anécdotas. Hay autores, por ejemplo, que sacan lo mejor de ellos en ambientes saturados de sonido; los míticos Cafés, por ejemplo, donde tantas plumas, mojadas en alcohol o en el mísero café con leche de nuestra posguerra, se han entregado a su esgrima diaria. Otros, mientras tanto, han visto y ven torpedeada su labor por unos hábitos de vida ajenos poco respetuosos con el trabajo intelectual, ese lujo tan excéntrico. Pienso en Javier Marías, por ejemplo, quien a menudo denuncia en sus artículos las innumerables, tormentosas y a su juicio innecesarias obras a las que el alcalde de su ciudad parece ser tan aficionado.


Me he puesto a divagar sobre este tema tras leer un viejo libro de Alfonso Reyes, Tertulia de Madrid (1949), en concreto el capítulo que dedica (con cariño, eso sí) a una de las neuras favoritas de Juan Ramón Jiménez: su obsesión por el ruido. Cuenta el mexicano que J. R. J. decidió forrar de corcho una pequeña habitación de su piso de la calle Conde de Aranda. Como el resultado no le satisfizo, ordenó traer de los EE.UU. un material especial utilizado en el acondicionamiento de las casas de reposo. Y sí, consiguió eliminar el ruido ambiental, pero los pequeños sonidos esporádicos, entre los que destacaban el sabroso taconeo de las vecinas cubanas del piso de arriba, adquirían, por contraste, mucha más presencia. Así que cambio de vivienda. En su nuevo ático las cosas mejoraron, pero aún sentía el acoso de un tranvía empeñado en chirriar en una curva cercana y el voceo de una castañera que, por suerte, voló con la primavera.

Me consta que J.R.J fue un atento lector de Poe. ¿Se acordaría del pobre Roderick Usher mientras sentía el crujido de los muebles en su torre de marfil forrada de corcho?

2 comentarios:

Nodisparenalpianista dijo...

Escurioso: a mi me resulta tremendamente sencillo concentrarme para leer en lso transportes públicos urbanos. Y a veces el silencio me parece ensordecedor. Me quedo con lascucharillas tintineantes en los cafés con leche del café Gijón de las hambres, las esperanzas provincianas y los fracasos en redondilla.

Juan Pablo Beas dijo...

Siempre es un placer leer las sabias líneas de un escritor cuyo mayor deleite para mí es poder ser un viejo amigo de situaciones y recuerdos.
Siempre es un placer leer cosas hermosas y profundas.

Juan Pablo y Fer.