Últimamente detecto cierta tendencia a menospreciar la poesía de aliento metaliterario. Es cierto, sí, que se ha abusado mucho de algunas modas y de algunos modos, pero también resulta evidente que detrás de esa denuncia no deja de palpitar la rivalidad personalista de siempre. La alternativa propuesta, además, parece venir de un tipo de realismo crítico obsesionado por apartarse de la poesía de la experiencia, a la que considera esclava de sus convenciones. Hagan juego, señores, es el momento del manierismo antimanierista. Y encima la alternativa a la alternativa sigue empeñada en ensayar la mueca pop. Menudo panorama.
La poesía de Eduardo Milán constituye un antídoto ideal contra el citado prejuicio. En primer lugar consigue que la inclinación metapoética parezca la única posible, como si todos los elementos a los que sus poemas dan cabida no entreviesen más camino que la resignada exhibición de su naturaleza lingüística. Una escritura destilada a través de la continua ruptura del discurso, mediante una virtuosa destrucción del flujo verbal racional que no impide que sean los recursos de la inteligencia, más que los resortes emotivos, los responsables de aglutinar el material tan diverso que la conforman en una sorprendente amalgama que de su propia amorfidad obtiene el precario equilibrio que la caracteriza. Nada me obliga a una conciencia transparente del poema, / voy al tanteo..., confiesa el poeta en algún momento. Le invade al lector la sensación de que cualquier motivo es válido en el proceso de construcción del artefacto textual, basta con que se ponga a tiro. Pero una vez devorado por la lógica poética, ya no se concibe más presencia que la suya: ...el poema es una arbitrariedad / necesaria...
Textura elástica en el momento de la gestación, férrea una vez fijada. Versos contrahechos que, a fuerza de cuestionarse, se hacen poderosos tras su muralla de dudas. Hermetismo, claro, aunque en un sentido material, ya que los poemas de Milán se quieren cerrados por su continua tensión, semántica y aliterativa, a falta de una mayor consistencia estructural que tampoco deriva en prosaísmo, pese a la escasez de imágenes y al aspecto caprichoso de la versificación. Poemas, en fin, que acaban funcionando como tales porque conducen una y otra vez al mismo sitio, de vuelta hacia la página mallarmeana a la que han de ser arrojados sin piedad, espigando por el camino retazos de otros retazos, restos de vivencias imaginadas y rastros de lecturas vividas, virtuosos juegos de palabras que, más allá de poner en primer plano el artificio de toda expresión, son el lamento entre dientes de quien al escribir es incapaz de olvidar que está escribiendo: ...Y este es el cisma / [...]: el poema quiere decir la verdad / además de su verdad como poema.
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4 comentarios:
Te dejo en mi blog la mejor manera de contestarte, en Milán o en Gràcia. Un abrazo.
me alegro que sigas adelante con tus proyectos, ampliándolos. Espero que tu ilimitada inquietud por ciertas cosas no encuentre nunca el infinito.
Un beso
Pues a tu blog me remito, Álex. Gracias de verdad, y otro abrazo.
Vaya, Marta, qué sorpresa y qué bueno verte por aquí. Muchas gracias por tus cálidas palabras. A ver si quedamos un día de estos, por cierto
Un beso.
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